Si tuviera
que hablar de mi mejor virtud, lo tengo claro, es la flexibilidad. Esto sería también muy útil si me dedicara al
ballet o la gimnasia rítmica. Si tuviera un cuerpo humano con extremidades, en
las que apoyar mi peso, y brazos, con los que armar graciosos ademanes.
A mí, en
cambio, me gustaría una complexión más rígida y una cabeza más grande y dura para
poder ser empuñado por un gran tenista que me utilizase para ganar partidos y
me ponga como trofeo en una hermosa estantería.
Nada de eso
es posible. No sirvo ni para armar una artística composición, ni para pegar
fuerte a pelotas veloces. En realidad, me siento un estafador. Llego de
incógnito y con mi barato físico y mi flexibilidad me dedico a algo bien ruin: matar. Sólo sirvo para aplastar
moscas y evitar su incómodo revoloteo.
Las pobres
no saben lo amenazador que puedo resultar. Se quedan quietas en las ventanas
mirando el paisaje. O se posan sobre una mesa donde se ha servido café. Ellas
viven ajenas a mi presencia. Pero si soy manejado por alguien bien adiestrado,
mueren implacables.
Para lavar mi conciencia debo decir que hago un trabajo limpio. No dejo olor, no provoco sangre. Tampoco les produzco ningún dolor. El impacto es repentino. Al golpe, caen sin más. Y sí, doy alivio a quien me dirige. Aunque a mí, lo que de verdad me haría feliz es servir para que mis movimientos fueran admirados y aplaudidos en grandes espacios llenos de público.
Anabel C.
Me encanta cómo el matamoscas reflexiona sus habituales y posibles aptitudes. En el relato se percibe un narrador yo- protagonista bien logrado. Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias, Andrés!
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