Guarda lápices
Aquí estoy, sobre el
escritorio, junto al ordenador.
Soy un recipiente
cilíndrico de color verde pardusco y sin brillo, y poseo unas protuberancias
como las de los dedos de los humanos cuando tienen artrosis. Parezco de madera,
pero no; para ser más precisos soy de caña de bambú.
Antes de que me cortaran, yo pertenecía a una planta esbelta, alargada, con hojas, ramas y tallo, y por eso mucha gente cree que soy el tronco de un árbol, pero mi tallo es hueco, y no tengo corteza ni anillos que indican mis años; además aumento en altura, pero no en grosor. Lo que más me diferencia a simple vista de los árboles es que mi constitución viene marcada por nudos y entrenudos bastante marcados.
El caso es que parezco
más frágil que la madera, pero la supero en durabilidad y dureza. Por eso sirvo
para hacer muebles, sombreros, sandalias, platos, cestas, sombrillas,
cubiertos, vasos, cuerdas, redes y hasta tejidos.
He volado miles de km
desde el día que un turista me compró como una pieza que nunca había visto y me
trajo a su casa.
Yo pensaba que me iba a
utilizar para echar vino o algún licor, por mi forma cilíndrica y mi oquedad,
pero colocó lápices y bolígrafos en mi interior.
Llevo muchos años así, y
me gustaría que algún día cambiasen mi utilidad. Veo a quien se sienta frente
al ordenador, y pienso si no le gustarán las flores. Para mí supondría una
alegría que echaran agua en mi interior, y pusieran un ramito. Creo que no
podría volver a respirar y tener vida, pero sería lo más parecido a cuando la
tuve.
Y si las flores fueran
secas, unas siemprevivas, tampoco me importaría, realzarían mi belleza, y
compartiríamos recuerdos naturales.
Miren
Intxaurraga